Orti Ortiz
La transcendencia del reloj en el auge del capitalismo fabril
Entre la bruma que envuelve el espacio, a través de la neblina que abraza el lugar, en medio de calima que copa la fábrica, Freder Frederson vislumbra un operario que sustenta, con sus dos manos, dos grandes varillas de metal situadas dentro de un círculo. Con los brazos estirados y las rodillas semiflexionadas, el obrero hace coincidir las enormes varas según los destellos de luz provenientes de las bombillas que cercan la circunferencia. Sus ojos persiguen los chispazos de luminosidad, su cabeza se mueve al ritmo del resplandor del filamento, su cuerpo sigue el compás del arbitrio lumínico. A cada milésima de segundo se apaga una bombilla, pero, al mismo instante, se enciende una de nueva.
Un segundo más tarde, plano medio de Freder acercándose al trabajador asalariado mientras le interpela. Ahora, fondo negro y en el centro de la imagen una palabra en blanco que dice: «Hermano». El obrero escucha la voz del protagonista y hace contacto visual con él. Una vez producido el cruce de miradas, el operario se derrumba en sus brazos. Freder recoge el cuerpo del obrero antes de que se desplome en la superficie. La mano izquierda del protagonista sustenta la cabeza del peón mientras su mano derecha sostiene su cuerpo. Freder mira a su alrededor atemorizado, espantado. Su mirada recorre el espacio próximo en busca de socorro. No encuentra a nadie.
De pronto, el operario recupera el aliento y hace señas de la obligatoriedad de volver a la tarea. Diez segundos más tarde, primer plano de ambos. La escena vislumbra la desesperación del obrero por cumplir con su quehacer. De mientras, el protagonista prueba de sosegarle. Cinco segundos que finalizan con un fondo negro y, en medio de la imagen, aparecen las palabras del operario. Éstas dicen: «¡la máquina!... tiene que haber alguien manejando la máquina». Después, primer plano de nuevo, esta vez contrapicado, en él, Freder sustenta al trabajador asalariado mientras esboza: «Habrá alguien en la máquina», «YO»[1].

El trabajador no está manipulando una máquina cualquiera. El mecanismo compuesto por dos grandes varillas de metal no es un mero artilugio. El círculo cercado por bombillas, todas ellas numeradas, se alza como símil del emblema hegemónico del contexto fabril en el que se ambienta la película. En efecto. El reloj[2], y no la máquina de vapor, fue el instrumento elemental "de la moderna edad industrial" (Mumford, 1992, pág: 15). Woodcock (1944) posibilita comprender el impacto de la herramienta en su obra La tiranía del reloj: "el reloj tuvo una influencia más radical que la de cualquier otra máquina, en tanto era el medio por el cual se podía obtener mejor la regularización y organización de la vida necesaria para un sistema industrial de explotación" (Woodcock, 1944, pág: 3).
Fijémonos. El utensilio configuró una racionalización del tiempo que garantizó la sincronización de las actividades laborales (Moreno, 2008), permitió la producción continua de productos estandarizados (Mumford, 1992), viabilizó la contabilización temporal de la tarea (Torrens y González de Molina, 2016) y propició la implantación de una nueva disciplina del tiempo (Thompson, 1995). Así, la regularización producida por "la maquinaria cardinal de la era de la maquinaria"(Woodcock, 1944, pág: 3) acabó por imponer un ethos capaz de "vencer la actitud de [aquellos] trabajadores acostumbrados a trabajar irregular y esporádicamente[3]" (Moruno, 2015, pág: 65).
Y es que la oposición y resistencia que los obreros desarrollaron hacia "la obediencia al reloj y a los compromisos específicos en él” (Wajcman & Mena, 2017, pág: 68) fue disminuyendo conforme los patronos aprendieron que "ahorrar tiempo pasa a ser equivalente a obtener beneficios, tal y como expresaba la famosa ecuación sobre el tiempo y el dinero de Benjamin Franklin" (Wajcman & Mena, 2017, pág: 22). Por esa razón, los dueños de las fábricas "enseñaron a la primera generación de obreros industriales la importancia del tiempo" (Thompson, 1995, pág: 437).
Thompson (1995) da buena cuenta de ello. El historiador británico relata como "en 1700, en el conocido panorama del capitalismo industrial disciplinado" (Thompson, 1995, pág: 432), la fábrica estaba formada por el vigilante del tiempo, las hojas de horas, los informadores y las multas. El autor ejemplifica esta realidad por medio de la figura del oficial de fábrica de Etruria, introducido por Josiah Wedgwood cuando el de Birmingham "se vio forzado a imponer disciplina a los alfareros" (Thompson, 1995, pág: 432). El oficial de fábrica debía
"estar en la fábrica a primera hora de la mañana y dirigir a las personas a sus labores cuando vengan, estimular a los que vienen a la hora regularmente, haciéndoles saber que su regularidad es debidamente observada, y distinguiéndoles con repetidas muestras de aprobación [...]. Aquellos que lleguen más tarde de la hora señalada deben ser reprendidos y si después de repetidas muestras de desaprobación no vienen a la hora debida, debe mantenerse una relación del tiempo en que son deficientes, y quitar una cierta cantidad de su salario cuando llegue el momento si son asalariados, y si trabajan a destajo deben después de frecuentes llamadas de atención ser enviados otra vez a la hora del desayuno" (Thompson, 1995, pág: 432).
La implantación de sanciones y penalizaciones[4] sirvió entonces "para entrenar y disciplinar a la gente, inculcándole[s] la obediencia necesaria para que el nuevo régimen fabril funcionara correctamente" (Bauman, 2017, pág: 12). De este modo, a medida que la imposición disciplinar del registro horario, del toque de campana[5] o del oficial cronometrador (Woodcock, 1944) fue subyugando a los trabajadores a la asunción de "un trabajo regular y disciplinado" (Frayne, 2017, pág: 39), los nuevos ritmos de la vida industrial causados por el reloj fueron interiorizándose "con criterios de naturalidad e inmutabilidad" (Moreno, 2008, pág: 64).
Los trabajadores "habían aceptado las categorías de sus patronos" (Thompson, 1995, pág: 437) sometiéndose a su razón: "el hombre que no se adaptaba a [la disciplina temporal] se abocaba a la censura de la sociedad y a la ruina económica" (Woodcock, 1944, pág: 4). Por ello, la segunda generación de obreros industriales, entretanto se seguía aplicando la disciplina temporal, empezó "a luchar, no contra las horas, sino sobre ellas" (Thompson, 1995, pág: 435) y la tercera convocó huelgas "para conseguir horas extra y jornada y media"(Thompson, 1995, pág: 437).
Orti Ortiz
Bibliografía
Bauman, Z. (2017). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Segunda edición. Editorial Gedisa.
Frayne, D. (2017). El rechazo del trabajo: teoría y práctica de la resistencia al trabajo (Vol. 61). Ediciones Akal.
Moreno, S. (2008). Temps, treball i benestar una aproximació des de la vida quotidiana. Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona.
Moruno, J. (2015). La fábrica del emprendedor: Trabajo y política en la empresamundo (Vol. 37). Madrid: Ediciones Akal.
Mumford, L. (1992). Técnica y civilización. Quinta reimpresión. Madrid: Alianza Editorial.
Thompson, E. P. (1995). Costumbres en común. Barcelona: Editorial Crítica.
Torrens, L., y González de Molina, E. G. (2016). La garantía del tiempo libre: desempleo, robotización y reducción de la jornada laboral (parte 2). Sin permiso. Disponible de: https://www.sinpermiso.info/printpdf/textos/la-garantia-del-tiempo-libre-desempleo-robotizacion-y-reduccion-de-la-jornada-laboral-parte-2
Wajcman, J., y Mena, F. J. R. (2017). Esclavos del tiempo: vidas aceleradas en la era del capitalismo digital. Barcelona: Paidós.
Woodcock,G. (1944). La tiranía del reloj. Publicado originalmente en War Commentary - For Anarchism.
____________________ [1] Metróplis (1927) es una película alemana dirigida por Fritz Lang (1890-1976) y guionizada por Thea von Harbou (1888-1954). La cinta cuenta con un elenco de actores como Brigitte Helm (1908-1996) en el doble papel de María y el Robot, Alfred Abel (1879-1938) protagonizando a Joh Frederson, Rudolf Klein-Roggey (1885-1955) interpretando a Rotwang y el ya nombrado Gustav Fröhlich (1902-1987) como Freder Frederson. El film narra la historia de cómo el hijo del amo de Metrópolis, Freder Frederson, se adentra en el corazón de la ciudad subterránea. En ella, el protagonista descubre la atroz realidad que vivencian los ciudadanos que habitan en la urbe hallando una cotidianidad desconocida hasta entonces para él. Freder conocerá de primera mano los lazos fraternos construidos entre los obreros que denotaran la llegada de una revolución. Una revolución que tanto Joh Frederson como el científico Rotwang intentarán detener mediante la manipulación y el engaño. [2] La escena relatada se alza como ejemplo prototípico de la época industrial de finales del siglo XVIII e inicios del XIX. El corte analizado visibiliza un icono que es central en las películas del director, éste es: el reloj (Universo de ciencia ficción, 02/09/2012).
[3] “Una vez cubiertas esas necesidades básicas, los obreros tradicionalistas no le encontraban sentido a seguir trabajando o a ganar más dinero; después de todo, ¿para qué? Había otras cosas más interesantes y dignas de hacer, que no se podían comprar pero se escapaban, se ignoraban o se perdían si uno pasaba el día desvelándose tras el dinero. Era posible vivir decentemente con muy poco; el umbral de lo que se consideraba digno estaba ya fijado, y no había por qué atravesarlo; una vez alcanzado el límite, no había urgencia alguna por ascender” (Bauman, 2017, pág: 18-19).
[4] Por ejemplo, Wedgwood impuso a "cualquier trabajador que se empeñara en pasar por la portería después de la hora permitida por el Patrón" (Thompson, 1995, pág: 432) la perdida de 2 peniques. Y en el Staffordshire Potteries Telegraph, en 1853-1854, "los patronos consiguieron multar o lIevar a la cárcel a trabajadores que abandonaban su trabajo, a menudo en lunes y martes. Estas acciones se realizaban bajo el pretexto de incumplimento de contrato"(Thompson, 1995, pág: 423).
[5]"El viejo autócrata, Crowley, creyó necesario pensar un código completo, civil y penal, cuya extensión sobrepasaba las 100.000 palabras, para gobernar y regular a la refractaria mano de obra"(Thompson, 1995, pág: 430). De este modo, "con el fin de que la pereza y la villanía sean detectadas y los justos y diligentes premiados, yo he creído prudente crear un control del tiempo hecho por un Monitor, y ordeno y por esta declaro que de 5 a 8 y de 7 a 10 son 15 horas, de las cuales se toma 1 1/2 para el desayuno, almuerzo, etc. Habrá, por tanto, trece horas y media de servicio neto [...]. Todas las mañanas a las 5 el Vigilante debe tocar la campana para el comienzo del trabajo, a las ocho para el desayuno, media hora después para trabajar otra vez, a las doce para el almuerzo, a la una para trabajar y a las ocho para dejar el trabajo y cerrar" (Thompson, 1995, pág: 430-431).