Orti Ortiz
Llave de chispa -Plano medio-
Toma 1
-Plano medio-
“La progresiva industrialización requiere disciplinar
el cuerpo y ajustarlo a la producción mecánica”
(Han, Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder)
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Según el Título primero. Del soldado perteneciente al Tratado segundo sobre las obligaciones de cada clase desde el soldado hasta el Coronel referente al Tomo primero de las Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación, y servicio de sus exercitos, cada Recluta que llegue a una Compañía será destinado a una Escuadra y quedará bajo la supervisión de su superior inmediato: el Cabo. Éste será el encargado de enseñar al recién alistado el modo para vestirse con propiedad y la manera para cuidar de sus armas (FEV-SV-M-00381, 1768).
Desde el primer momento en que ingrese en el servicio, el Recluta obedecerá y respetará a todo Oficial y Sargento del Ejército, a los Cabos primeros y segundos de su propio Regimiento, y a cualquiera que estuviera al mando, sea en Guardia, Destacamento u otra función del servicio. De esta manera, inmediatamente al escuchar la voz del Oficial o del Cabo decir: ¡A las Armas!, deberá, con prontitud y silencio, acudir a ellas y, una vez llegue a su fila, colocará la culata de su arma sobre la palma izquierda y dejará caer el Fusil sobre el hombro izquierdo, de forma que el guardamonte quede por debajo de la axila, pasando con celeridad la mano derecha a su costado para formarse. Cada vez que sea llamado para ejercer como Centinela, se desplazará al lugar indicado manteniendo el arma bien puesta en el hombro. Una vez llegue delante del Centinela al que debe relevar, presentará el arma. Y cuando sea enviado a hacer llegar un mensaje escrito o verbal, marchará con su fusil al hombro hasta llegar al soldado a quien debe dirigirse. A un paso de éste, presentará el arma y, posteriormente, hará llegar el parte. Una vez dada la comunicación, pondrá de nuevo su fusil en el hombro, dará media vuelta a la derecha y volverá a su puesto (FEV-SV-M-00381, 1768).
Hasta el establecimiento del fusil, el cuerpo militar estaba organizado según un sentido de acumulación. Los soldados formaban un conglomerado de individuos que se repartían conforme a su valentía, destreza física y compromiso: al frente, los más fuertes y capaces, en el flanco y en medio, aquellos que no sabían luchar, eran cobardes o deseaban huir. Con el fusil, desaparece la técnica de masas instaurándose un sistema de distribución espacial donde se hace especial énfasis en la colocación y el movimiento del soldado (Foucault, 1978).
Fijémonos. La tecnología del fusil permitía, a diferencia del mosquete, explotar la potencia de fuego con mayor efectividad. Esto provocaba que los soldados tuvieran un mayor impacto en sus acometidas gracias a la precisión y rapidez del arma. Al mismo tiempo, pero, les hacía más vulnerables frente a oponentes que cargaban con otros fusiles (Foucault, 2002). Para contrarrestar esta situación, se estableció una individualización del espacio mediante la medida colocación de los soldados sobre el terreno (Foucault, 1978). De esta forma, por medio de la ordenación en unidades repartidas a lo largo de líneas prolongadas, los soldados constituyeron una maquinaria estructurada por “una geometría de segmentos divisibles cuya unidad de base fue el soldado móvil con su fusil” (Foucault, 2002, p. 151).
El fusil devino, por tanto, en una invención técnica que valorizó[1] las habilidades del soldado. Y es que, para garantizar la movilidad ante la amenaza del fusil enemigo, los soldados tuvieron que ser adiestrados en su uso (Foucault, 1978). En el Manejo del arma relativo al Título noveno se especifican los practicas a seguir para manipular el fusil. Empezando con la primera voz (I), el capítulo concreta los pasos que debe realizar el soldado hasta disparar su arma (VII. Fuego):
“Primera voz. Atención, Se dará esta voz para que todos atiendan a lo que se les mande en la siguiente, y deberán ejecutarlo con igualdad, y prontitud, sin dar golpes fuertes, ni afectados, ni bracear más de lo muy preciso para ejecutar sus movimientos, observando que las filas se mantengan bien unidas, pues con esto serán más vivos, y más airosos los movimientos, y mayor la unión de la Tropa, que tendrá siempre presente, que desde el instante que se pone sobre las Armas han de observar todos el más profundo silencio.
Presenten las armas. En dos tiempos. En el primero se volverá el Fusil con la llave hacia arriba, bajando el brazo izquierdo un poco, y al propio tiempo se echará la mano derecha con prontitud a tomarle por la garganta, poniendo el dedo pulgar tendido bajo el cañón. Sin ladear la cabeza, ni descomponer el sombrero, se levantara el Fusil con la mano derecha, se pondrá perpendicular al costado derecho con el Canon en frente de este ojo, y separado cuatro dedos del cuerpo: la culata estará delante de la parte superior del muslo derecho, y la baqueta al frente: el codo izquierdo quedará arrimado a su costado, y esta mano se subirá a recibir el Fusil por la primera abrazadera, teniendo el dedo pulgar tendido, de modo que la toque con la punta: al propio tiempo se retirará el pie derecho a medio pie de distancia del talón izquierdo, debiendo quedar en una misma línea ambos talones: la punta del píe izquierdo mirando recta al frente, y la del derecho al costado derecho: la vista enteramente desembarazada: la muñeca derecha arrimada a la última costilla de su lado, y la canilla de este brazo, apoyada sobre el hueso de la cadera.
Armen la bayoneta. En dos tiempos. Se saca a un mismo tiempo el pie derecho, y el Fusil hacia el frente, con ambas manos, dejando el pie derecho en tal disposición, que su talón forme angula recto con el pie izquierdo a la distancia de medio pie, y al mismo tiempo se llevará el Fusil con la mano izquierda, hasta dejar (sin golpe) su culata apoyada en tierra, sobresaliendo hacia la Retaguardia a medio pie de distancia de la punta del izquierdo: el Canon quedará al frente, y la boca de él en frente del hombro derecho: se agarrará al mismo tiempo el cubo de la Bayoneta con la mano derecha, que se pasará entre el Fusil, y el Cuerpo, y la sacará hasta su tercio. La acabará de sacar, y la armará enteramente en el Fusil, bajando al mismo tiempo la mano derecha, para coger el Fusil por la tercera abrazadera.
Presenten las armas. En dos tiempos. Se subirá el Fusil con la mano derecha, hasta quedar ésta a la altura de la boca, bajando al mismo tiempo la izquierda hasta la primera abrazadera, y tanto el Fusil, como el brazo, deberán estar arrimados al cuerpo. Se girará el cuerpo sobre el talón izquierdo, de forma que la punta de su pie quede recta al frente; y el pie derecho, y el Fusil se llevarán a la posición ya dicha de presentadas las Armas.
Preparen las armas. Un tiempo. Se levantará el gatillo, el que siempre quedará sostenido, hasta el movimiento siguiente.
Apunten. Un tiempo. Sin mover los talones de la posición en que quedaron, se pondrá el Fusil a la cara, apoyando la culata al hombro derecho, de suerte que el Cañón quede casi horizontal, con la boca inclinada hacia el objeto: la rodilla izquierda un poco doblada, y la puntería se ha de hacer de modo, que se descubra por el punto al Enemigo.
Fuego. En dos tiempos. En el primero se tirará del disparador con fuerza, y prontitud. Sin mover los pies se retirará el Arma a la posición de presentada, explicada en el segundo tiempo de la voz segunda, llevando al mismo tiempo la mano derecha prontamente al gatillo, que con la llave de él se levantará, y se pondrá en el seguro, volviendo la mano derecha para agarrarla de la garganta” (FEV-SV-M-00381, 1768, p. 381-385).
La introducción del fusil a fines del siglo XVII comporta, en consecuencia, el desarrollo de un sistema de poder que adiestra al soldado en la colocación y el movimiento tanto físico como espacial. El arma supone la expansión de una nueva técnica de gestión del hombre que controla el desenvolvimiento del soldado a través de la disciplina[2] (Foucault, 1978). La disciplina representa entonces la transformación política del modelo de dominación ejercida sobre el individuo: allí donde las soberanías medievales se ocupaban por ejercer un gobierno sobre el territorio con el propósito de conquistar territorialidades más extensas y tornarse en los soberanos de un imperio, la política moderna se encarga, por el contrario, de gobernar la vida de la población (Lluch, 2019).
El enfoque centralizado y vertical característico del poder soberano[3] es sobrepasado por una perspectiva microfísica que se ejerce por medio de un conjunto de prácticas que se desarrollan en la proximidad de las relaciones sociales y de la vida cotidiana de los sujetos. Así, el poder disciplinar desempeña su capacidad con la ayuda de la organización, el control y la regularización de las actividades de los individuos (Lluch, 2019).
En virtud de ello, la disciplina se convierte en un poder normativo: somete a los individuos a un seguido de reglamentos, principios y prohibiciones con la finalidad de eliminar desviaciones (Han, 2014). El código de normas garantiza que los soldados queden subordinados al conjunto de preceptos, pero es la vigilancia continua y persistente el procedimiento que permite que el soldado se ajuste a las reglas definidas evitando, por ende, las posibles anomalías que puedan producirse. Durante la instrucción, tanto los movimientos del soldado como los fragmentos de espacios recorridos son registrados ininterrumpidamente. De modo que cuando el soldado efectúa una acción no correspondida, esto es, en el caso de que exista un acto de desobediencia o una respuesta insolente, tal y como se expone en el Título segundo. Del Cabo, el instructor tiene la autoridad para arrestarle. El Cabo podrá castigarlo con su vara, pero sin pasar de dos o tres golpes y estos serán en la espalda para que no pueda lastimar gravemente al soldado (FEV-SV-M-00381, 1768).
La supervisión permanente de las praxis se lleva a cabo por vía de un sistema de exámenes que permiten evaluar el rendimiento del soldado (Lluch, 2019). Con el examen, el cuerpo militar puede “distribuir a los individuos, juzgarlos, medirlos, localizarlos y, por lo tanto, utilizarlos al máximo” (Foucault, 1978, p. 27). La información proveniente de las inspecciones es, posteriormente, transferida en escala ascendente. Los registros son reportados entre los distintos mandos generando “una serie de grados que van, sin interrupción, desde el de general en jefe hasta el de soldado raso, así como sistemas de inspección, revistas, paradas, desfiles, etc., que permiten observar de manera permanente a cada individuo” (Foucault, 1978, p. 28).
Y es justamente a través del examen que la individualidad deviene en un factor para el ejercicio de poder. Por ello, en su texto Incorporación del hospital en la tecnología moderna, Foucault (1978) afirma que “la disciplina es el conjunto de técnicas en virtud de las cuales los sistemas de poder tienen por objetivo y resultado los individuos singularizados” (p. 28). En el sistema soberano, el poder actuaba sobre grupos integrados de un modo global y discontinuo. Pero, bajo el sistema disciplinar, el examen descubre la individualización del sujeto como un arte del cuerpo humano “que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés” (Foucault, 2002, p. 126).
Está asunción es clave. El desarrollo de los métodos disciplinarios daría respuesta a la carencia de mecanismos por parte de las soberanías medievales para hacer frente a los cambios económico-políticos que se estaban experimentando en la Europa moderna. Y es que, las transformaciones en “el equilibrio de poder entre señores, siervos y las clases emergentes de artesanos y pequeños fabricantes plantearon retos al dominio del antiguo sistema” (Pietrykowski, 2021, p. 19). En Gran Bretaña, por ejemplo, el Parlamento aprobó, entre los siglos XVIII y XIX, un conjunto de leyes de cercamiento que permitieron a los señores apropiarse de las tierras comunales cultivadas anteriormente por pequeñas familias de agricultores. Durante los años 1750 y 1850, el Parlamento inglés admitió más de cuatro mil leyes distintas de cercamiento (Lazonick, 1974) que propiciaron la desposesión de pequeños arrendatarios agrícolas[4].
El avance del modelo productivo fue correspondido, por tanto, tras la composición de una fuerza productiva que, después de la prohibición al acceso a la tierra, fue ajustada a la producción industrial mediante la imposición de la disciplina[5]. Por esta razón, amplios segmentos de la población no tuvieron más opción que vender su fuerza de trabajo y someterse al sistema disciplinar instaurado en el mercado de trabajo capitalista[6].

Bibliografía
Bauman, Z. (2017). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Segunda edición. Barcelona: Editorial Gedisa.
FEV-SV-M-00381. (1768). Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación, y servicio de sus exercitos. Tomo primero. Madrid: Biblioteca del Banco de España.
Foucault, M. (1978). Incorporación del hospital en la tecnología moderna. Educación médica y salud, 12(1), 20-35.
Foucault, M. (2002). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI editores.
Han, B. C. (2014). Psicopolítica: neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona: Herder editorial.
Lazonick, W. (1974). Karl Marx and enclosures in England. Review of Radical Political Economics, 6(2), 1-59.
Lluch, E. J. (2019). Michel foucault: biopolitica i governamentalitat (Vol. 897024). Barcelona: Editorial Gedisa.
Marx, K. (1990). El capital. Crítica de la economía política. Tomo I. Libro 1. Proceso de producción del capital. Moscú: Editorial progreso.
Pietrykowski, B. (2021). Trabajo: un enfoque desde la economía política. Madrid: Alianza editorial.
____________________ [1] En efecto, “con la introducción del fusil, el ejército se vuelve mucho más técnico y costoso. Para aprender a manejar un fusil se requerían ejercicios, maniobras, adiestramiento. Así es como el precio de un soldado excede del de un simple trabajador y el costo del ejército se convierte en un importante capítulo presupuestario de todos los países. Una vez formado un soldado no se le puede dejar morir. Si muere ha de ser en debida forma, como soldado, en una batalla, no por causa de una enfermedad” (Foucault, 1978, p. 25).
[2] “Muchos procedimientos disciplinarios existían desde largo tiempo atrás, en los conventos, en los ejércitos, también en los talleres. Pero las disciplinas han llegado a ser en el transcurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se fundan sobre una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia de la disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo efecto de utilidad tan grande por lo menos. Distintas también de la domesticidad, que es una relación de dominación constante, global, masiva, no analítica, ilimitada, y establecida bajo la forma de la voluntad singular del amo, su "capricho". Distintas del vasallaje, que es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero lejana y que atañe menos a las operaciones del cuerpo que a los productos del trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del ascetismo y de las "disciplinas" de tipo monástico, que tienen por función garantizar renunciaciones más que aumentos de utilidad y que, si bien implican la obediencia a otro, tienen por objeto principal un aumento del dominio de cada cual sobre su propio cuerpo” (Foucault, 2002, p. 126).
[3] El soberano estaba legitimado para actuar siempre que la soberanía fuera amenazada por otro. Por tanto, contra la amenaza, el soberano tenía la prerrogativa de hacer morir o dejar vivir. Era un derecho que intervenía sobre la muerte más que sobre la vida. La disciplina, a la inversa del poder soberano, engendra fuerza de vida. Es un poder que, por el contrario, hace vivir y deja morir (Lluch, 2019).
[4] En el capítulo XXIV titulado La llamada acumulación originaria del tomo I de El capital, Marx (1990) relata minuciosamente como el largo proceso de desposesión capitalista fue especialmente represivo y sangriento para las clases populares: “esta expropiación ha sido escrita en los anales de la humanidad con caracteres de sangre y fuego” (Marx, 1990, p. 654). En Escocia, por ejemplo, la duquesa de Sutherland, “apenas tomó el poder, resolvió aplicar una cura económica radical y transformar en pastizales de ovejas todo el condado, cuya población ya había sido reducida por procesos anteriores similares a 15.000 personas. De 1814 a 1820, esos 15.000 habitantes, cerca de 3.000 familias, fueron sistemáticamente expulsadas y desarraigadas. Todas sus aldeas fueron destruidas y quemadas; todas sus tierras fueron transformadas en praderas. Soldados británicos, a los que se dio la orden de apoyar esta empresa, se enfrentaron con los naturales. Una anciana murió quemada en una choza que se negó a abandonar. De este modo, la duquesa se apoderó de 794.000 acres que desde tiempos inmemoriales pertenecían al clan” (Marx, 1990, p. 666).
[5] La disciplina se convirtió en un sistema que formaba parte de un fenómeno mucho más grande: la ética del trabajo. La ética del trabajo tenía el propósito de imponer un proceso civilizador cuyo objetivo buscaba configurar en la clase obrera un sentido en su relación con la actividad salarial. Para ello, la ética del trabajo promovía una ética de la disciplina que exigía al trabajador volcar su habilidad y su esfuerzo sobre labores impuestas y controladas por otros (Bauman, 2017).
[6] El mercado de trabajo capitalista surgió de la expulsión de las tierras de campesinos que, como consecuencia de la expropiación, no tenían más opción que recurrir a él (Pietrykowski, 2021).