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  • Foto del escritorOrti Ortiz

Loa a la taberna

Cinco vasos colocados encima de una bandeja. Cinco cañas de 20 onzas reposan en el metal a la espera de ser consumidas. Cada una de ellas gobernadas por una corona de espuma. La proporción perfecta, 1/4 de crema que evita que el agua, la malta, el lúpulo y la levadura se oxiden. Bajo la emulsión, burbujas provenientes del carbónico posibilitan conservar su sabor y aroma. Un 20-80 que designa equilibrio, una armonía que trago a trago dejará ver, a través de los aros permanecientes en el cristal, la densidad del giste. A su lado, dos tiradores se erigen como los responsables de tal excelencia[1] y, a su alrededor, unos cuantos posavasos húmedos, algunas copas a medio terminar y un par de botellas vacías infieren el tumulto de personas que ocupan el espacio, el tiempo invertido en el lugar y los ánimos de la muchedumbre.


Una barra de madera atraviesa en diagonal el lienzo[2]. La composición, dividida en dos partes, muestra un “mundo escondido, oscuro y silencioso” (Lloyd, 17/05/2019, párrafo: 5) a la vez que el bullicio humano, las risas y el divertimento del gentío. En la primera parte, alcohol, expiación y remedio, en la segunda, codos en barra, articulaciones empinadas y miradas y voces que se cruzan y entrelazan. En palabras del propio artista, "hice dibujos de interiores de pub en días pasados ​​porque estaba fascinado con los hombres que estaban en el bar bebiendo y hablando" (Página web Norman Cornish, s.f., subtítulo).

The Busy Bar[3] fue pintada por Cornish (1919-2014) y su propósito fue narrar una escena típica de una noche ajetreada de pub en el Spennymoor de la década de los años ’50 y ’60 donde la multitud, copada por boinas[4] y americanas de lino, representaba a los mineros con los que el artista compartió gran parte de su vida: “como minero subterráneo, Cornish estaba completamente inmerso en su comunidad. [Este hecho] le dio el pasaporte para poder compartir, observar y registrar la vida comunitaria en los pubs porque podía mezclarse fácilmente” (Página web Norman Cornish, s.f.B, párrafo: 5).


La escena, de 22cm x 44.5cm, se alza como homenaje hacia los mineros del condado de Durham y pone en valor las dinámicas y sinergias producidas en el pub. Fijémonos. La taberna se convirtió en el “núcleo esencial de socialización en la vida cotidiana de las capas populares” (Uría, 2003, pág: 573). Allí, no sólo se acudía a beber, la tasca fue el escenario de discusiones y debates entre semejantes, el lugar de lazos y vínculos laborales y el espacio para la cooperación y el socorro entre la clase obrera (Uría, 2003).


Y es que a lo largo del siglo XVIII y XIX el pub fue uno de los centros neurálgicos de la cultura popular y, antes de las acometidas sufridas y de la llegada de otros espacios alternativos de ocio, fue un “lugar de encuentro y de relación para los trabajadores” (Uría, 2003, pág: 576). Por ejemplo en el Reino Unido, se limitó, en 1839, el derecho de reunión pública en calles y plazas. Esto provocó que las tabernas se consolidaran como espacios para la reclusión obrera debido a los elevados precios para la adquisición o alquiler de locales de reuniones:

"Para autores como R. W. Malcolmson, sin duda entre los mejores conocedores del asunto, la taberna era en la Inglaterra del tránsito del XVIII al XIX un indispensable punto de encuentro y, sin disputa, uno de los grandes centros sociales de la comunidad junto con el mercado, o el campo comunal del pueblo o de la iglesia" (Malcolmson citado en Uría, 2003, pág: 576).


Su impacto y relevancia provocó que, ya a mediados del siglo XVIII, la taberna atrajese la atención de moralistas y reformadores de las costumbres. Éstos empezaron a proyectar relatos y discursos peyorativos en torno a la taberna y aquellos individuos que la frecuentaban. El minero se convirtió en un vicioso amante de la embriaguez, el juego y la prostitución, cuya mayor distracción era su asiduidad a la taberna (Naranjo de la Garza a través de Uría, 2003). “Con todo, algunos de los motivos por los que se acudía a la taberna sensibilizaban aún más a la burguesía debido a su carácter poco conveniente para sus deseos de racionalización productiva y, por ende, de la formación de un obrero dócil” (Uría, 2003, pág: 575).


Hay que tomar en consideración esta última asunción. “El problema central [al] que [se] enfrentaban los pioneros de la modernización” (Bauman, 2017, pág: 20) se hallaba en la necesidad de obligar a los trabajadores asalariados a volcar sus habilidades y esfuerzos al cumplimiento de las faenas impuestas y controladas por otros. En este punto, la ética del trabajo[6] surgió como dispositivo conductual cuyo objetivo perseguía “la obediencia necesaria para que el nuevo régimen fabril funcionara correctamente” (Bauman, 2017, pág: 12).

La ética del trabajo habilitó la correspondencia hacia “las necesidades de la industria que buscaba el aumento de la mano de obra para incrementar su producción” (Bauman, 2017, pág: 102). Delante de la ávida "sed de mano de obra que vivía la naciente industria en expansión, las inquietudes morales encontraron una salida legítima y realista en el evangelio del trabajo [asalariado]”(Bauman, 2017, pág: 121). Este hecho supuso “una coincidencia histórica entre los intereses del capital y los [nuevos] sentimientos morales [impuestos] de la sociedad” (Bauman, 2017, pág: 121). Por medio de la apelación a la conciencia de los obreros, éstos naturalizaran la moral como condición ineludible para conseguir “una vida honesta, garantía de la ley y el orden y solución al flagelo de la pobreza[7]” (Bauman, 2017, pág: 102).


Así, mientras los obreros se lanzaban al mercado de trabajo como única forma "moralmente aceptable de ganarse el derecho a la vida" (Bauman, 2017, pág: 26), los nuevos sentimientos morales contribuyeron a hacer "girar los engranajes del sistema industrial” (Bauman, 2017, pág: 38) sin que la clase obrera tuviera la potestad de renunciar a convertirse "en personas decentes para quienes habían sido despojados de la decencia y hasta de la humanidad" (Bauman, 2017, pág: 33).


Orti Ortiz


Bibliografía

____________________ [1] “No one has ever painted a pint of beer like Norman Cornish: it looks like golden brown nectar, with a froth so light and bubbly that you can feel it on your upper lip. The way the light plays through the glasses standing on the polished bartop is masterful” (Lloyd, 17/05/2019, párrafo: 1). [2] La perspectiva usada por el artísta permite al espectador situarse bajo el punto de vista del camarero. El empleo de este recurso artístico posibilita conectar con la calidez proveniente de la agrupación, propicia la inferencia en las charlas de los individuos presentes. [3] En 1989 la pintura fue comprada por la compañía Scottish & Newcastle Breweries que colgó el lienzo en la sala de juntas. En 2007, el cuadro fue donado a la colección permanente de la Universidad de Northumbria. Actualmente forma parte de Norman Cornish: Definitive Collection en The Bowes Museum. [4] Tal y como explica Casassas (2018), en el siglo XIX, “las clases trabajadoras se servían de la gorra para construir formas de sociabilidad y de ayuda mutua que permitiían poner recursos en común —el jornal, los jornales—, a fin de que todos y todas pudieran, simplemente, vivir. [Por ello], cuando alguien caía enfermo, algún compañero, vecino o pariente lo anunciaba en la fábrica, y cuando llegaba el momento de recibir el jornal, se situaba la gorra del trabajador ausente en un rincón acordado para que los demás fueran dejando, al salir de la nave, un pellizco de lo que habían ganado aquel día. De este modo, algo parecido a un jornal íntegro llegaba también al hogar del trabajador enfermo. Y así se aseguraban los suministros básicos. La cena, sin ir más lejos” (pág: 13-14). [5] Si en el año 1300 un campesino laboraba alrededor de una 1500 horas para poder ganarse la vida, en el siglo XIX, un obrero debía dedicar el doble del tiempo sólo para poder sobrevivir. Por ejemplo, en aquel contexto en la ciudad de Manchester, la semana laboral de 70 horas sin vacaciones ni fines de semana era lo normal (Bregman & Guerrero, 2017).

[6] La ética del trabajo buscaba recrear dentro de la fábrica y bajo el foco de la disciplina impuesta por los patrones, el pleno compromiso hacia el trabajo y la dedicación y el cumplimiento sin condiciones sobre la labor que se ejecutaba.

[7] La ética del trabajo tenía un fuerte enfoque hacia aquellos individuos pobres el cual se esperaba que, a raíz la naturalización de los postulados de la ética del trabajo, fueran a trabajar asalariadamente. Se creía que cuanto mayor era la situación de indigencia y penuria mayor sería la tentación de trabajar asalariadamente y conseguir ganarse, mediante el trabajo remunerado, el derecho a la vida. La orientación de la ética del trabajo fue, por tanto, reducir el número de mendigos. Y es que se consideraba la ética del trabajo como “cura y solución para todos los males sociales” (Bauman, 2017, pág: 63), de la cual se esperaba que “atrajera a los pobres hacia las fábricas, erradicara la pobreza y garantizara la paz social” (Bauman, 2017, pág: 38-39).

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